Un día con Ciro Castillo Rojo

En abril de 2011, el jóven estudiante de ingeniería forestal, Ciro Castillo Rojo, hizo una excursión al Cañón del Colca en Arequipa, junto a su novia Rosario Ponce. Estuvieron varios días desaparecidos, hasta que Rosario fue encontrada agonizante por rescatistas locales y la Policía. Ciro no corrió la misma suerte. Su padre emprendió una estoica búsqueda, recorriendo pueblos y montañas del lugar, hasta que su cuerpo sin vida fue encontrado después de más de 200 días de indesmayable búsqueda. Esta es su historia.

Por CRISTHIAN TICONA

El celular de Ciro Castillo Rojo Salas suena unas sesenta veces al día. Las llamadas entran a cualquier hora, incluso en los momentos más indeseados. Pueden timbrarle muy temprano, durante el desayuno, o muy tarde, cuando está cogiendo el sueño. Otras veces lo despiertan por la madrugada. Y Ciro contesta todas, sin perder el aplomo, con la actitud resignada de un operador de central telefónica. Una de esas podría ser la comunicación que espera hace cuarenta y ocho días.

La mitad de veces son periodistas. Esta mañana, por ejemplo, lo han llamado de cuatro noticiarios de televisión y al menos cinco emisoras limeñas, preguntando por su hijo desaparecido en el cañón del Colca, uno de los más profundos del planeta. Si no está atendiendo el teléfono, es él quien está marcando a alguna parte. El Sony Ericsson solo deja de chillar cuando no hay cobertura de servicio, como ahora que estamos camino a Relave, el punto donde termina la carretera, pasando el pueblo de Madrigal.

En ese lugar, su hijo Ciro Castillo Rojo García Caballero empezó el ascenso al nevado Bomboya, en compañía de su enamorada Rosario Ponce, con el propósito de llegar al siguiente poblado: Tapay. Pero la pareja se perdió en el camino y el lunes 4 de abril se separaron. Una semana y media después ella fue hallada por rescatistas de la Policía Nacional, arrastrándose con sus últimas fuerzas, con un cuadro de deshidratación severa.

El padre creyó ese momento que hallar a su hijo era cuestión de horas. Desde entonces ha transcurrido más de un mes y no se conoce el paradero del muchacho. Lo han buscado por aire y tierra. Han participado rescatistas de la Policía, Ejército, Bomberos, guías de alta montaña, lugareños, pero no encontraron nada. “No poder participar de la búsqueda en el cerro es lo que más sufrimiento le produce a mi padre” me ha contado María Gracia, hermana del extraviado estudiante universitario.

En casa de los Castillo Rojo García Caballero, el joven desaparecido es llamado por el apelativo de “Cucho”, para diferenciarlo del padre. “Cucho” significa rincón en quechua, la lengua que hablan en los caseríos del cañón del Colca. Mientras la combi avanza dando saltos por la trocha, Ciro le dicta a María Gracia una extensa lista de las llamadas que tendrán que hacer por la tarde. Sobre todo una. Le han dado información de que Ciro fue ubicado y tienen que confirmarla.

VIDAS CAMBIADAS
Desde el día que se conoció la noticia de la desaparición de los jóvenes, Ciro Castillo Rojo fijó residencia en Chivay, capital de la provincia de Caylloma, en Arequipa. “De aquí no me voy sin mi hijo” ha dicho. Las primeras semanas recorrió solo todas las comunidades del cañón del Colca, hotel tras hotel, municipio tras municipio, iglesia tras iglesia, preguntando por su hijo, con una foto en la mano. Así se trastocó su rutina de hospital, de visitas médicas y cirugías laparoscópicas. La vida de este hombre de 61 años estaba acostumbrada a otro trajín, como médico cirujano.

Sabe que las posibilidades de hallar a su primogénito con vida son escazas. Y pese a ello no ha mostrado asomo de abatimiento ni desesperanza. No en público ni delante de su hija. Porque a veces, al enfrentarse a la repetida sensación de vacío, en la soledad de su habitación de hotel, se rinde por un momento y en la desnudez de la fragilidad humana, descarga un llanto seco. “Es solo un instante, pasajero, yo tengo que seguir” dice.

Si un día, como ahora, recorre la margen derecha del río Colca, buscando noticias de su hijo, al día siguiente lo hace por la margen izquierda. Tres veces por semana, antes de la cena, se dedica a llamar a sus amigos, líderes políticos, y autoridades, para que mediante gestiones o presión mediática, no se detengan las labores de búsqueda.

—¿De dónde saca tanta fortaleza?—le pregunto a María Gracia.
—Es por todo lo que ha vivido—responde—.A los cinco años quedó huérfano de madre en Azángaro (Puno).

Hoy los sinchis de Mazamari, grupo de la Policía entrenado para combatir el narcotráfico y terrorismo, treparán al Bomboya para buscar a “Cucho” en los lugares poco explorados. Un grupo viaja con nosotros y otro viene detrás en dos camionetas. Se quedarán quince días en la montaña.

ÚLTIMOS RASTROS
Antes de llegar a Relave, hacemos una breve parada en Madrigal. “Cucho” pasó por aquí el 31 de marzo y en la comisaría del pueblo se entrevistó con el suboficial Edson Espezúa Leiva. Una de las últimas personas que vio a la pareja fue Griselly Tejada. Ciro y Rosario llegaron hasta su tienda, en la plaza de armas, para hacer unas compras.

—Me han comprado dos champanes “Caballo Viejo”­—relata de la misma forma como lo hizo con la policía de investigación criminal—y dos sublimes.

La que compró fue ella, él se quedó en la puerta, parado, parecía molesto o triste. Las botellas vacías fueron encontradas en el sector conocido como Fortaleza. Este licor es de pésima calidad. Se trata de alcohol metílico rectificado. Griselly contó que pagaron tres soles cincuenta por cada chapán.

Durante las semanas de búsqueda se tejieron los más insólitos rumores. Dijeron que los jóvenes se habían casado en secreto en Chivay y que estaban de luna de miel, que vieron al muchacho deambulando por los pueblos aledaños, que apareció en Espinar (Cusco), que vieron su cuerpo. Cuentos chinos que alimentan la esperanza de familia pero que luego traían un profundo desencanto.

De regreso a Chivay, el celular de Ciro Castillo Rojo vuelve a sonar con insistencia. Le pregunto por el rumor de la mañana. Me dice que es más de lo mismo. Que le dijeron que había aparecido Ciro, pero que no era cierto. “Cuando nos cortan las esperanzas así es fatal, son pequeñas crisis de las que nos cuesta levantarnos” dice María Gracia.

Mientras escribo esta crónica me tocaría saborear un poco de ese trago amargo. Entra una imprevista llamada a mi celular.

—¡Me acaban de informar que encontraron a Ciro. Muerto. Están trayendo su cuerpo a Chivay­—me dice un informante desde la zona de rescate. La noticia alborotó la Redacción del diario.

Era más de lo mismo. Más de lo mismo.


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