Bitácora del duelo (3)
Hoy amanecí con una pereza eterna. El dolor se instaló súbitamente en el pecho como todas las mañanas desde aquel domingo en que descubrí el secreto de Paula. Salté de la cama. Miré la ciudad por la ventana. Juré frente al espejo no volver a traicionarme. Y así, sin más, fui por mis primeros diez kilómetros del año. El olor a tierra húmeda, las endorfinas anestesiándome el cuerpo, las piernas protestando de cansancio, y el deseo de un cielo nuevo, un cielo con ángeles y duendes, donde mi hada madrina, divinamente humana, me cuente cuentos en un sueño del que no sea posible despertar.