Bitácora del duelo (3)
Hoy amanecí con una pereza eterna. El dolor se instaló súbitamente en el pecho como todas las mañanas desde aquel domingo en que descubrí el secreto de Paula. Salté de la cama. Miré la ciudad por la ventana. Juré frente al espejo no volver a traicionarme. Y así, sin más, fui por mis primeros diez kilómetros del año. El olor a tierra húmeda, las endorfinas anestesiándome el cuerpo, las piernas protestando de cansancio, y el deseo de un cielo nuevo, un cielo con ángeles y duendes, donde mi hada madrina, divinamente humana, me cuente cuentos en un sueño del que no sea posible despertar.
Bitácora del duelo (2)
Convengamos algo. Ganar es fácil. Lo difícil es sobreponerse a la derrota. Porque es ahí, créanme, ahí en el fracaso, donde se fraguan los hombres de verdad. Algunos se rompen para siempre. Otros quedan inválidos del corazón. Y están los que tienen el coraje de volver a amar. Son los que entendieron que el amor es lo único que vale la pena en esta vida. ¿Cuál de esos tres caminos me espera? Creo saberlo. Pero sería demasiado pretensioso manifestarlo en este estado de congoja. Por ahora lo único que puedo decirles con certeza es que mi derrota tiene nombre: Paula Samamé.
Bitácora del duelo (1)
He rumiado la idea de escribir este diario desde aquel infausto noviembre. Al principio apareció como una idea difusa, como un discreto asedio nocturno de mis cavilaciones. Con los días se hizo urgente. Como si contarlo todo sirviese de antídoto para el dolor. Pero no me alcanzaba la fuerza. Hasta hoy. Hasta ahora que en medio de esta noche turbia me he relamido las heridas y me he catapultado sobre mi ordenador portátil con ganas de vomitar esta historia. ¿Por dónde empezar? ¿Tiene alguna importancia mi desventura más allá de la curiosidad y el morbo? Después de todo, el desengaño es un drama universal. A todos nos toca alguna vez. Y cuando llega, arrasa con nosotros.